Las monedas antiguas de busto de Felipe V

El 1 de noviembre de 1700 moría en el viejo Alcázar de Madrid el maltrecho Carlos II, último representante de la dinastía Habsbúrgica española. Años atrás, las cancillerías europeas habían trazado infinidad de planes y alianzas estratégicas para repartir los ambicionados territorios de la Monarquía Católica. No obstante, la herencia española era de tal magnitud y las reservas de los pretendientes tan enconadas que los aires bélicos se respiraban en el viejo continente desde hacía años.

Tanto Luis XIV en su papel de marido e hijo de infantes españoles, como Carlos de Habsburgo representante legítimo del brazo austriaco de la dinastía, se disputarían sus justos títulos durante la Guerra de Sucesión. No obstante, el testamento de Carlos II había determinado heredero a un jovencísimo Duque de Anjou y así se lo hizo saber, apenas dos semanas más tarde (el 16 de noviembre de 1700), el Marqués de Castelldosrius embajador español en Versalles.

Fue sin lugar a dudas uno de los puntos culminantes del reinado de Luis XIV: La corte reunida en Versalles con el máximo boato y magnificencia declaraba oficialmente en un gesto de suprema teatralidad heredero a un adolescente de 17 años. Una frase famosa de aquel día ha quedado grabada en los análes de la historia falsamente atribuida al Rey Sol fue, sin embargo, pronunciada por el representante diplomático español: “Ya no hay Pirineos Sire”.

Los cambios políticos y territoriales vacilarían durante años en la contienda hasta la firma de las paces de 1713 y 1714. El modelo de centralización del Estado francés y de las cortes absolutas quedaría plasmado con los decretos de Nueva Planta (1707-1716) aboliendo los fueros y leyes propias de los reinos que englobaba la corona aragonesa y asimilándolos al modelo castellano.

Así las cosas, Luis XIV guiaría a su nieto durante los primeros años de su reinado a través de la influyente Princesa de los Ursinos; figura que por un lado hacía las veces de agente y espía para la corona francesa y por el otro factótum de las decisiones en Madrid del nuevo monarca.

La implantación de la nueva dinastía aportó una infinidad de cambios que poco a poco irán permeando en multitud de aspectos de la secular tradición española. El espejo francés estuvo indisolublemente presente a partir de entonces y, el aspecto monetario que aquí nos ocupa, inició una transformación que no puede dejarnos indiferentes.

En lo que respecta a la moneda se realizaron cambios importantes. La profesora María Ruiz Trapero determinó que fue con el cambio dinástico cuando se creó el primer Sistema Monetario Español y el concepto de moneda única en el reino.

Los sistemas de los diferentes territorios se unificaron en base al sistema monetario castellano, al que se aplicaron las novedades de la Europa del momento. Estas reformas no deben confundirnos, pues no distanciaron a Felipe V de la tradición numismática hispánica, sino más bien todo lo contrario. Las modificaciones que aplicó a la moneda castellana eran herederas de las políticas monetales de Carlos II, como así lo era el sistema bimetálico del Emperador Carlos I. Además utilizaría la tradicional denominación de reales o escudos para las monedas de plata o monedas de oro respectivamente.

 

La realidad es que la principal aportación en el ámbito de la numismática fue la unificación monetaria, que no hizo sino culminar la obra legislativa de los Reyes Católicos, a la que aplicó los gustos estéticos y las técnicas artísticas del Setecientos. Felipe V estableció una centralización propia de un estado moderno y con él la monarquía española recuperó su protagonismo como gran potencia haciendo de su moneda un referente universal.

El tema concreto objeto de análisis en esta ocasión es el uso de la imagen del rey en sus emisiones monetarias. Asunto no baladí como nos dice el estudioso José Miguel Morán Turina al declarar que: “La belleza y la noble apariencia física son una forma de imperio, y su exacta representación, el retrato, constituye un asunto de estado.”.

En lo que respecta al uso del mismo en las monedas españolas, debemos aclarar que, después de los Reyes Católicos había pasado a ser algo poco habitual. La Casa de Austria tuvo un mayor interés en representar la institución monárquica que al propio rey en sí, rey cuya imagen se encontraba, además, envuelta de un hermetismo que lo alejaba del resto de la sociedad.

La nueva dinastía borbónica, al contrario, introdujo en la Península la tradición francesa, en la que acuñar el busto del soberano era común desde tiempos de Luis XII, cuyo reinado tuvo lugar durante el S.XV. Además, el ideal de monarca que se introdujo en la Península, importado del Versalles de Luis XIV, hacía del rey el centro de atención y su figura estaba hecha para brillar y crear afección entre sus súbditos.

A principios del S.XVIII el barroco era la corriente artística predominante y el ensalzamiento de la Iglesia y de la institución monárquica son dos de sus rasgos definitorios. En el caso concreto que nos ocupa, que son las monedas de Felipe V en las que se imprimió su retrato, encontramos un buen ejemplo del influjo del gusto de la época, que se identifica en este caso por la pompa y el fasto que desprende su diseño. Estas emisiones atestiguan también la mejora paulatina que se produjo en el sistema de elaboración de la moneda española, que se modernizó incorporando la técnica artística a la vanguardia en la Europa del momento, la prensa volante.

Felipe V comenzó a emitir moneda de busto a partir de 1728, en escudos de diferentes valores, es decir, en monedas de oro. Con anterioridad también acuñó monedas de plata con esta característica en la ceca de Madrid, durante la Guerra de Sucesión, aunque se trata de piezas anecdóticas y que veremos en último lugar. Su retrato se utilizó también en algunas escasas emisiones en oro en la ceca de Mallorca, pero no veremos estas piezas en este momento. Tampoco veremos algunas piezas en cobre de las cecas de Mallorca y Zaragoza en las que se utilizó el retrato de forma puntual.

En primer lugar vamos a repasar algunas de sus monedas áureas con busto real más representativas, cuyos retratos son iguales en prácticamente todos los casos y donde las diferencias principales son su valor facial o su ceca. Estas emisiones abarcan desde el valor de medio escudo hasta los ocho escudos y entre las cecas más habituales encontramos Madrid, México y Sevilla.

Las grandes pelucas con las que se representa al monarca hicieron que este tipo de piezas fuesen y sean conocidas, coloquialmente, como “pelucas” o “peluconas”; Estos añadidos forman parte de la iconografía regia y nobiliaria habitual de la época y en su diseño se aprecia la influencia del estilo de artistas franceses como Jean Varin o Jean Mauger. La armadura, la banda y la chorrera que conforman la vestimenta son símbolos que se utilizan para dar un mayor grado de ostentación y majestad a la imagen del rey; Existe un gusto francés claro en el traje y vestimenta que se fue implantando paulatinamente en la Península a lo largo del S.XVIII. También se acuñaron puntualmente otros dos tipos de busto en la ceca de Madrid durante los años de 1728 y 1729. Sendos bustos presentan un cambio en su diseño, que es más estilizado y donde el influjo francés es todavía más evidente, como podemos ver en estos dos ejemplares de ocho y dos escudos.

Un punto importante a destacar de la iconografía numismática de este periodo es la introducción de la Orden del Toisón de Oro, que podemos ver representada en estas piezas en forma de collar, que cuelga del cuello del busto; Su uso está directamente relacionado con el interés de Felipe V por legitimarse en el trono español, al estar ligada esta Orden a la dinastía anterior. En su reverso podemos ver también incluida la Orden en forma de collar que rodea el gran escudo coronado de España, ésta se sitúa debajo de la Orden del Espíritu Santo, su homóloga francesa, que Felipe V también utilizó como un símbolo para sus pretensiones políticas, al menos durante una parte de su reinado, a la maltrecha sucesión de la corona francesa. Cabe mencionar que Carlos II ya había utilizado la Orden del Toisón de Oro en algunas de sus emisiones monetarias.

Las únicas monedas de plata en las que Felipe V utilizó su retrato, a excepción de los croat de Barcelona del año 1705, son unas particulares emisiones del año 1709 de la ceca de Madrid, que se acuñaron durante la Guerra de Sucesión en un taller de la Plazuela de las Descalzas de Madrid. Estas monedas se emitieron en los valores de dos, cuatro y ocho reales. Los ejemplos que podemos ver aquí son de cuatro reales los dos primeros y de ocho el último de ellos, sus retratos son diferentes entre sí y también diferentes a los retratos de las monedas de oro “peluconas” que se acuñarían años más tarde.

Su estilo se encuentra especialmente influido por el gusto francés y se trata de piezas muy similares a algunas de las acuñadas por su ilustre abuelo; estas son obra de Norbert Roettiers, miembro de la prestigiosa familia de ensayadores franceses Roettiers. Ni en el anverso ni en el reverso de estas piezas encontramos todavía la presencia del Vellocino de Oro, que representa la Orden del Toisón, ni de la Paloma sobre cruz de malta, que representa la Orden del Espíritu Santo. El escudo de España utilizado en estas piezas es sencillo, con los cuarteles de Castilla y León y el escusón de la Casa de Borbón.

Como conclusión, podemos afirmar, que la definitiva introducción del retrato en la moneda, llevada a cabo por el Rey Felipe V y en la cual Francia influyó de manera determinante, es un hecho relevante de la historia numismática española. Esta modificación atestigua un momento de profundos cambios y es el preludio del que será uno de los periodos más brillantes de la moneda antigua española.

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Un saludo y hasta la próxima.